lunes, 8 de octubre de 2012

Keis II: Carnaza


Es otoño,  las hojas de los arboles giran en el suelo y la cabeza de Keis estalla pensando en mil metáforas:
Unas hojas bailan vals como enamorados. ¡No, no! Es un tango - Piensa, ilusionada.
Otras juegan entre ellas, ignorantes, descompasadas, como los niños, ajenas a lo que tienen alrededor.
Algunas vuelan alto, y son las que parecen más afortunadas, pues escapan de la corriente. 
Keis sin embargo, teme por ellas. Cuánto más alto subes, más tendrás que bajar luego. Álex, el de Leyenda, siempre le decía que subir es fácil, que lo dificil es mantenerse, y aunque Keis no entendía muy bien a que se refería, le parecía que en el fondo tenía sentido. El paso de los años, como casi siempre, le dió la razón a Álex, el de Leyenda, y Keis cada vez estaba más convencida de la certeza de sus palabras.
Hay un cuarto grupo de hojas, las que ya secas, no aguantan los vaivenes y se resquebrajan en cientos de pedazos.
Ninguna es consciente, pero todas obedecen a un maestro de marionetas, a un señor en la sombra, a un Dios invisible.


De la boca de Keis escapa una palabra, un leve susurro ahogado, y por fin entiende porque el cielo llora, aún sin tener ojos; entiende porque el cielo está triste, entiende que Álex, el de leyenda, se equivocaba.
El mundo de Keis se desmorona entre sus lágrimas, su corazón se marchita, y su boca pronuncia tenuemente unas palabras: Carnaza...somos carnaza.

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