lunes, 9 de septiembre de 2013

Aizu

Las orejas de Aizu se movieron sutilmente, con ese gesto tan particular y apenas perceptible que Zen reconocía a la perfección. Lo había visto tantas veces que su propio cuerpo había elaborado una reacción instantánea e irrefrenable.
Fue un beso tierno y corto, suave. Tan dulce, que un diabético habría muerto solo con escucharlo.

La primera vez que Zen le comentó la forma en la que sus pabellones auditivos vibraban, ella contestó que sería el amor, que se le salia por las orejas.
Ambos sonrieron como imbéciles.