En uno de los muchos bancos de La Merced, estaba solo. Repasaba la estabilidad del buque, pensaba en qué cenar, en la escora que tomaré el viernes. Meditaba, digo, con mi propia mente y conmigo mismo.
Timidamente la vi acercarse
No me pidió fuego, ni papel, ni me preguntó la hora. Quería otra cosa, y yo lo sabía. Claro.
Estaba sucia, y tenía cara de ingenuidad.
Estuvimos unos instantes mirandonos, primero esquivando las miradas, después sin pudor, aguantando la mirada.
Quería otra cosa, y yo lo sabía, pero era algo que no podía darle.
Haciendose la tonta, dió vueltas de un lado a otro, se acercó a la máquina de cafés y volvió a los bancos
Quería otra cosa, y me habría gustado poder entregárselo. Pero no llevaba comida.
Una paloma. "ave de cloaca, o rata voladora"
Decrépita, zarrapastrosa, con las plumas desaliñadas. Andrajosa. Gris. Era la viva imagen del ser caduco que se despide de la vida.
Buscaba comida, con ahínco, se aferraba con estusiasmo a ver un nuevo día. Picoteando el suelo, sin aparente recompensa. Pero con el tesón del que sabe lo que hace.
Me miraba, a veces, de lado, clavando el fuego que tenía en su ojo rojo en mi alma. El otro ojo severamente dañado miraba al vacío. La de cosas que habría visto. Y las pocas que le quedaban por ver.
Consiguió prenderme. Hicimos una promesa.
No le temo al fuego pero si a las cenizas
